La palabra mapa proviene del latín mappa, que quiere decir pañuelo o servilleta; y en el siglo III, en el latín de la época, se llamó mappa mundi a la representación de la Tierra sobre un pedazo de lienzo. Con el tiempo, el término pasó a aludir a mapas de países y regiones.
En época de Cristóbal Colón se creía que el Finis Terrae estaba en el noroeste de España, y la creencia general era que no había nada más allá de ese punto. Puro mar y, sin duda, un abismo.
Desde sus orígenes, el ser humano ha tenido la necesidad de dar respuestas a las causas de los accidentes geográficos y de seguir las pistas de los pormenores del mundo. Y los mapas han contribuido de sobra a ello. Entre las piezas cartográficas más antiguas se halla una tableta del siglo VI a.C., de Babilonia, ubicada sobre el Éufrates; la imagen muestra que se concebía a la Tierra como un disco plano rodeado por mares y bordeado al norte por infranqueables cordilleras.
Alrededor de 600 a.C., en la ciudad de Mileto, en Asia Menor, con los aportes de Hecateo, quien redactó un primer libro de geografía, surgió un interés por la cartografía. El mundo, para este cartógrafo, era un plano circular rodeado de mares, con Grecia en el centro. Un siglo después, Heródoto criticaba los mapas que daban a Europa y Asia un mismo tamaño.
El interés por la forma del mundo cristalizó hacia el año 225 a.C., en el cerebro del astrónomo y filósofo Eratóstenes de Cirene, el primero en medir la circunferencia de la Tierra, lo cual hizo con increíble precisión.
No obstante, el padre de la cartografía fue Claudio Ptolomeo, un greco-egipcio de Alejandría del siglo I a.C., quien logró con sus acuciosos apuntes una abundante compilación de información, introduciendo valiosos conceptos, como el de las coordenadas. Para el cálculo de las longitudes, tomó como punto de referencia Alejandría, midiendo la distancia existente hacia el este y el oeste entre un punto determinado y esa ciudad, para lo cual se servía de la posición del sol al alba.
Se sabe que una interpretación errónea de las mediciones de Eratóstenes hecha por Ptolomeo hizo que prevaleciera una medida equivocada para la circunferencia terrestre, lo que, muchos siglos después, indujo a error a Cristóbal Colón, quién creyó llegar a Asia por el occidente.
Los romanos, más prácticos, emplearon la cartografía al servicio de la guerra y la administración del Estado, y crearon itinerarios y mapas no demasiado sofisticados. Sin embargo, Augusto encargó a Marco Agrippa un mapa de su imperio. Una copia de la obra, del siglo III, se llama la Tabla de Peutinger o Tabula Peutingeriana, y tardó 20 años en ser concluida.
En el año 270, un ministro del emperador chino elaboró un mapa de China en 18 secciones. Se trataba del cartógrafo P’ei Hsin, quién pidió que los mapas indicaran las distancias y que se anotara la altura de las montañas.
El mapa bizantino de Palestina, del siglo VI, con el río Jordán y la indicación de ciudades como Jericó y Jerusalén en el centro, es quizá la representación más antigua de Tierra Santa. Fue hallado en el suelo de la iglesia de Madaba, en Jordania.
En la Edad Media
En la Edad Media sólo se utilizaron portulanos y cartas de compilación trazadas según los relatos de los navegantes. La más antigua es la Carta Pisana, creada en Génova en 1285.
A finales del siglo XII, la ciencia cartográfica cobró auge debido a que se empezaron a traducir los textos islámicos. El Mapa de Hereford, realizado en torno al año 1300 y redescubierto en el siglo XX, está realizado en el formato de T en O: la O representa el mundo de forma circular, la forma geométrica perfecta, rodeado por el océano; la T hace referencia a la articulación del espacio interior, a la vez que alude a la cruz. En el centro se sitúa Jerusalén, con la Cruz cristiana. En la parte superior, fuera del círculo, se representa al Pantocrátor, que domina la Tierra. Bajo él, al borde del mundo, una isla redonda señala el Paraíso Terrenal.
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Otro gran avance se dio cuando el reloj y la brújula fueron empleados en el trazo de cartas o mapas, lo que representó un progreso conceptual. En cuanto a la calidad material, hacia mediados del siglo XV el grabado italiano sobre cobre aportó notables mejoras. De esa época es el Mapamundi del alemán Henricus Martellus Germanus (1489), cuyo parecido con los actuales aún sorprende.
El desarrollo de la imprenta, los viajes de exploración a América y África y los nuevos instrumentos de medición del siglo XVI desarrollaron la cartografía en Europa. En 1527 Diego Ribeiro, un portugués a las órdenes del rey de España, concibió el primer mapa científico, al indicar con notable precisión las latitudes. En él aún no están a la vista ni la Antártida ni Australia. La representación de este mapamundi se nutrió con la información que se obtuvo luego del viaje de Magallanes y Elcano alrededor del mundo.
En el siglo XVI la técnica hizo de la cartografía una ciencia, como muestra el portulano del Mediterráneo dibujado en 1563 por el mallorquín Mateo Prunes. En la primera mitad de ese siglo destacó Gerard Kremer, mejor conocido como Mercator, discípulo de Gemma Frisius de Lovaina y autor de una edición aumentada de la Cosmographia, de Peter Apian.
En 1570 apareció el primer atlas, obra del geógrafo flamenco Ortelius: Theatrum Orbis Terrarum. A partir del siglo XVII, la cartografía tuvo una sorprendente evolución, y nos aproximó al estado actual de las cosas.
América en el radar
El mapa del español Juan de la Cosa, de 1500, es la representación más antigua del continente americano. Ahí aparecen las tierras descubiertas hasta finales del siglo XV por las expediciones castellanas, portuguesas e inglesas.
El mapa conocido como Universalis Cosmographia, del alemán Martin Waldseemüller, de 1507, fue el que le puso nombre a América, palabra que marcó todo el destino de sus habitantes, al considerar a Américo Vespucio como descubridor del Nuevo Continente. La única copia que sobrevive se encuentra en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, junto con un pequeño tratado de geografía titulado Cosmographiae Introductio.
Por otro lado, la proyección de James Gall, que apareció por primera vez en 1856 en la Polish Geographical Magazine, muestra una proyección equiárea, que representa proporcionalmente las áreas de las distintas zonas de la Tierra.
La perspectiva digital
Google-Earth ofrece en el siglo XXI maravillosos mapas de la Tierra a partir de la combinación de imágenes de satélite, fotografías aéreas y de los llamados Sistemas de Información Geográfica (SIG), para presentar un globo terráqueo de tres dimensiones. Además, ofrece características 3D, como dar volumen a valles y montañas, y en algunas ciudades incluso se han modelado los edificios.
Asimismo, los avances del GPS (sistema de posicionamiento global) apoyan con precisión la cartografía y la modelización del mundo físico: desde montañas y ríos, hasta calles, edificios, cables y tuberías de los servicios públicos y otros recursos.
Pero lo que sorprende ahora es una manera de representación que de verdad refleja las proporciones reales entre regiones y países; ésta se debe a Hajime Narukawa, un artista y arquitecto japonés, quien, inspirado por el origami, dividió el globo esférico en 96 triángulos, que luego fueron transferidos a tetraedros. “AuthaGraph (el nombre que le puso a esta forma de representación) despliega fielmente los océanos y los continentes, incluyendo la Antártida, y provee una perspectiva precisa y avanzada de nuestro planeta.”
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