Sus dibujos son notables por su simplicidad: con un trazo mínimo logra expresar movimientos complicados.
Wilhelm Busch es uno de los autores más cantados y celebrados de la literatura alemana. Nacido en Wiedensahl en 1832, en el seno de una familia de comerciantes pobres, Wilhelm fue el mayor de siete hermanos. En 1841 se vio obligado a vivir con su tío Georg Kleine, un cura, pues en su casa vivían muy apretados. Este tío se dedicó entonces a la formación de su sobrino.
En 1852 Busch estudió en la Real Academia de Bellas Artes de Amberes. Ahí lo cautivaron los maravillosos trabajos de los pintores flamencos de los siglos XVI y XVII. Tras enfermar de tifus en 1853, regresó a su hogar. Para entretenerse se dedicó a coleccionar sagas, cuentos y canciones populares, con la finalidad de ilustrar esas obras. Al año siguiente se mudó a Múnich, donde se matriculó en la Academia de Bellas Artes. En 1859, empezó a colaborar con el periódico satírico Fliegende Blätter, y luego con el Münchner Bilderbogen.
En el semanario Fliegende Blätter fue donde se publicó su primera “viñeta con texto”. A partir de entonces, ese fue su medio de expresión favorito. Concibió así numerosas historias ilustradas, con un texto redactado en versos simples, gratos, de tono irreverente; a veces era “sentencioso”, lo que provocaba un humorismo con cierto toque pesimista; en el fondo siempre era entretenido, y el dibujo, rabiosamente caricaturesco.
Cabe recordar que el Fliegende Blätter (que se traduce Hojas sueltas, o Volantes) fue un semanario de humor y sátira que apareció en Múnich y duró de hecho un siglo: de 1845 a 1944. Además de Busch, en sus páginas colaboraron (con ilustraciones tan simpáticas como las suyas) artistas como el conde Franz Pocci, Hermann Vogel, Carl Spitzweg, Julius Klinger, Edmund Harburger, Adolf Oberländer y otros.
En ese semanario Busch publicó su obra más conocida, Max y Moritz, que fue de inmediato un éxito: más que un best-seller, se convirtió en un clásico popular. El cuento del par de traviesos Max y Moritz es uno de los más famosos y divertidos del mundo. Es un tratamiento con humor negro, pero escrito en rimas. A partir de 1865, Busch narra las siete fatídicas travesuras de los malvados Max y Moritz, antecedentes de todas y cada una de las parejas endiabladas del cómic moderno. De la maldad de ese par no se libra nadie: viudas, maestros, gallos y gallinas, sastres, pasteleros y parientes, “todos ellos caerán irremisiblemente bajo el tremebundo azote de sus crueles tropelías”, dicen los críticos.
Max y Moritz es la obra más traducida del autor y se encuentra en más de 90 idiomas, entre ellos en español, latín, francés, hebreo, y en más de 60 dialectos del alemán, como el bávaro, el bajo alemán, el berlinés, para citar algunos. Su primera traducción se hizo en 1866, al danés, luego le siguió en 1871 la traducción al inglés; ya en 1887 hubo una traducción al japonés, y hoy podemos leer la versión de sus travesuras en chino.
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Se dice que esas caricaturas contenían un mensaje crítico social: “Las caricaturas, por sus rasgos exagerados, hacen reír al lector pese a la gravedad de la situación”. Los temas en Max y Moritz son variados; pero lo que subyace es: “O te adaptas a la sociedad, o la sociedad acaba contigo.”
Más tarde, en 1872, publicó Elena la piadosa, así como un volumen de poemas serios, Kritik des Herzens, en 1874; y en 1877, Tobías Knopp. Busch publicó también una novela corta, Der Schmetterling, en 1893, donde cuenta cómo un idealista cazó una mariposa y quedó lisiado. Un crítico señaló que “la sátira del mundo burgués no poseía intenciones morales, y sí únicamente una finalidad descriptiva de carácter humorístico”; sin embargo, “Busch se burló siempre de la hipocresía”.
De 1864 a 1884, el artista alcanzó celebridad y bienestar, y se retiró al campo, donde se dedicó a la apicultura y a la meditación, pero todo esto, claro, sin dejar de dibujar; de hecho, cultivó con más esmero la poesía y la filosofía, es decir, la forma de reflexión ingenuamente pesimista que había inspirado su arte. Su mentalidad fue liberal y laica, lo que explica su éxito, precisamente por satirizar el ambiente de la burguesía alemana que lo envolvía también a él.
A lo largo de su vida, Busch sufrió varios envenenamientos por nicotina, pero no murió sino hasta 1908, de insuficiencia cardíaca. Antes de fallecer pidió que se destruyera su correspondencia privada, pero en su autobiografía reveló sin titubeos cómo veía la vida.
Después de su muerte se publicó su colección de poesía Sein und Schein (1909) y en 1910 la obra Ut ôler Welt (una colección de canciones, sagas y cuentos). En esos años apareció Zu guter Letzt (poesías, sin ilustraciones), además, los deudos encontraron más de mil óleos pintados por este artista, a quien la crítica moderna considera el abuelo de los cómics.
Por cierto, los amantes del cómic deben saber que existe un curioso Museo Wilhelm-Busch, en Hannover, en la Georgengarten, o sea, dentro del Georgenpalais, palacio construido en 1780. El museo honra con su nombre las obras del caricaturista, pintor y poeta.
Gracias a Wilhelm Busch y a otros autores de su época, el desarrollo del cómic en Alemania ha tenido un gran impulso. Por lo pronto, quien visite el museo puede gozar de cuatro siglos de arte satírico, con obras que van de artistas como Francisco de Goya, Honoré Daumier o James Gillray, a grabados satíricos de caricatura, dibujos animados y cómics de Walt Disney, Hergé o Roland Topor. El museo registra más de 150 exposiciones desde 1950. En la actualidad, ofrece a menudo exposiciones de dibujos de manga y narraciones pictóricas japonesas de hace 18 siglos, así como eventos sobre personajes de dibujos animados a lo largo de la historia.
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