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Diciembre 2021 / No. 711   Mitt

Papel contra pantalla

Las ventajas de la lectura profunda

Leer es un placer que requiere toda la concentración; pero ahora se lee de prisa, sin entrar de lleno en los alcances de cada palabra, sin paladear las texturas que vienen en lo profundo de cada párrafo.

 

Hace unas décadas, Sven Birkerts, en The Gutenberg Elegies (1994), acuñó el término lectura profunda, a la que definió como la posesión lenta y meditativa de un libro. “No sólo leemos las palabras, soñamos nuestras vidas en su vecindad.” Así es.

 

En un estudio llevado a cabo en 2009 por el laboratorio de cognición dinámica de la Universidad de Washington, se examinó mediante escáneres cerebrales lo que sucede dentro de la cabeza de las personas mientras leen ficción; lo que se halló fue que “los lectores simulan mentalmente cada nueva situación encontrada en una narración (…) y la integran al conocimiento personal de experiencias pasadas”.

 

Ahora se sabe que leer cambia el cerebro y acarrea un sinfín de beneficios; sin embargo, esto depende de la lectura profunda, un estado mental que no se alcanza fácilmente por medio de las pantallas. El sicólogo Mark Taylor analizó a lo largo de 20 años los hábitos y actividades de 20 mil jóvenes con el afán de determinar qué actividades predecían el éxito profesional al cumplir 30 años de edad. Resultado: “Ninguna práctica extracurricular –como hacer deporte o ir al cine–, evaluada junto a la lectura, logró tener un impacto significativo en el éxito profesional. Sólo la lectura; la lectura profunda.”

 

En Transforming Literacy: Changing Lives Through Reading and Writing (Emerald Group, 2011), Robert P. Waxler y Maureen P. Hall aseveran que “…la lectura profunda requiere que los seres humanos utilicen y desarrollen habilidades de atención, que sean reflexivos y estén plenamente conscientes”.  Subrayan que, “a diferencia de mirar televisión o participar en otras ilusiones de entretenimiento y pseudo-eventos, la lectura profunda no es un escape, sino un descubrimiento”. Al leer profundamente, “encontramos nuestras propias tramas e historias que se desarrollan a través del lenguaje y la voz de los demás”.

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La neurocientífica Marianne Wolf, en su libro Reflexiones sobre las mejores prácticas en el aprendizaje, la enseñanza y el liderazgo (en colaboración con Mirit Barzillai, ed. de Marge Scherer, ASCD, 2009), precisa: “por lectura profunda nos referimos al conjunto de procesos sofisticados que impulsan la comprensión y que incluyen el razonamiento inferencial y deductivo, las habilidades analógicas, el análisis crítico, la reflexión y la comprensión”.

 

Y abunda que “el lector experto necesita milisegundos para ejecutar estos procesos; el cerebro joven, en cambio, necesita años”. También advertía que ambas dimensiones están potencialmente en peligro “por el énfasis generalizado de la cultura digital de la inmediatez, la carga de información y un conjunto cognitivo impulsado por los medios que adopta la velocidad y puede desalentar la deliberación tanto en nuestra lectura como en nuestro pensamiento”.

 

El cerebro se transforma

Según los neurocientíficos, “la alfabetización es uno de los más grandes inventos de la especie humana”: es un proceso tan poderoso que transforma nuestras mentes. De hecho, “la lectura cambia literalmente el cerebro”. A pesar de que en la actualidad estamos leyendo más palabras que nunca –alrededor de cien mil al día–, “la mayoría se lee en ráfagas cortas en las pantallas”: sólo “por encima”.

        

Marianne Wolf, en una entrevista reciente con la BBC (ver: https://www.bbc.com/mundo/noticias-58973943), explicó: “Cuando leemos a nivel superficial, sólo estamos obteniendo la información. Cuando leemos profundamente, estamos usando mucho más de nuestra corteza cerebral.” Y el neurólogo Stanislas Dehaene afirma que, en efecto, “la capacidad lectora modifica el cerebro”. Se ha demostrado, dice, que “hay más materia gris en la cabeza de una persona lectora, y más neuronas en los cerebros que leen”.

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Según los expertos, “transformar nueva información en conocimiento consolidado en los circuitos del cerebro precisa de múltiples conexiones con las habilidades de razonamiento abstracto, cada una de las cuales requiere de un tipo de tiempo y de atención que, con frecuencia, falta en la lectura digital”.

 

¡Aguas con leer de prisa!

En el mismo reportaje con la BBC, Ella Berthoud, biblioterapeuta, declaró que “sin libros, no seríamos humanos como lo somos”, aunque añade que “no hay nada menos natural que la lectura”. Si no entrenamos esas habilidades, podríamos perder la capacidad de comprender contenido más complejo, y también, tal vez, “de involucrarnos e imaginar”.

        

A pesar de que después de su aprendizaje la lectura parece un proceso que ocurre de forma innata en nuestra mente, leer es una actividad antinatural. “El lector surgió de su lucha contra la distracción, porque el estado natural del cerebro es dejarse llevar ante cualquier nuevo estímulo.” El neurocientífico Alexandre Castro-Caldas y su equipo de la Universidad Católica Portuguesa demostraron esto en uno de sus estudios, y recabaron un dato curioso: “comparando los cerebros de personas analfabetas con los de lectores, se verificó que los analfabetos oyen peor”.

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A pesar de todo, la lectura profunda se estaría perdiendo si nos volcamos sólo a una lectura digital, la que puede tener un costo para el cerebro del lector. Hay que tener en cuenta que si bien el proceso de aprender a leer cambia nuestro cerebro, también lo hace lo que leemos, cómo leemos y en qué soporte leemos (impresión, lector electrónico, teléfono, computadora portátil).

        

Las investigaciones muestran que la cantidad de tiempo que se dedica a leer textos de formato largo está disminuyendo, y debido a la digitalización la lectura se está volviendo más intermitente y fragmentada, algo que podría tener un impacto negativo en los aspectos cognitivos y emocionales de la lectura. Pero, ¿cómo leer? “Hay que leer con intensidad, despacio, con cuidado, viviendo la vida de las palabras”, dice el filósofo Ángel Gabilondo, autor de Darse a la lectura (RBA). El poder de la mente es tan fuerte que recrea lo imaginado, activando las mismas áreas cerebrales que se accionarían si se ejecutara la acción en la realidad.

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